Este blog que acaba de nacer tiene el propósito de dar a conocer los cuentos de autores de habla hispana analizados según la mirada de las autoras del libro ARMAR UN CUENTO.

jueves, 29 de abril de 2010

Una mirada sobre "La maceta" por Liliana Díaz Mindurry

LA MACETA
de Laura Massolo

¿Sabe dónde está la llave? La tiré por la ventana del dormitorio. Ahí debe estar. Porque Natalia salió así, caminando, y dejó todo abierto. Una persona que sale dispuesta a suicidarse, no piensa en cerrar una puerta. Una persona que ha perdido el juicio, no piensa en cerrar una puerta.
Pero no estoy tratando de decirle que Natalia estaba loca. No es eso. Entiendo que la desesperación nos haga perder el juicio, y que hay distintos grados de desesperación. Hasta le diría que entiendo algunas exageraciones. Dicen que Dios reparte en cada uno de nosotros, exactamente, el peso y la medida de la cruz que podemos soportar: ni un gramo más, ni un centímetro menos. ¿Usted cree en Dios?
Hay personas más débiles; eso no significa que estén locas. Yo no me atrevería a decir que Natalia estaba loca. No sé. Para mí era dócil, simple, querible. Sobre todo muy querible. Y demasiado ingenua. Tal vez, frágil. O era ingenua porque era frágil, no sé. Pero verla expuesta a la desesperación, daba miedo; por insignificantes que a uno le resultaran los motivos que a ella la desesperaban.

Después de que usted se fue, empezamos a conversar bastante. ¿Vio el pullóver gris que está arriba de la cama? Ése, se lo tejí yo. Lo usaba mucho. Prácticamente, lo tejí todo mientras conversaba con ella. Porque uno puede dar un consejo, o consolar a alguien. Y yo soy jubilada, profesora de música jubilada. Hijos, no tengo. Así que le tomé cariño a Natalia, sinceramente. Y ella me contaba todo.

Usted no vino para que yo le haga preguntas, usted vino para saber. No me interesa por qué la dejó. Yo no lo juzgo. Le guardé la maceta por si alguna vez volvía a buscar las cosas de Natalia. Francamente, el día del accidente, lo vi desde la ventana; pero verlo me dio tanta impresión que no tuve coraje de salir. Perdóneme, no pude. Creo que me perdí entre lo que es la verdad y lo que es la mentira, o algo así. Le aseguro que verlo llegar con la valija, y justo ese mismo día, superó mis fuerzas. Míreme. Mire cómo se me eriza la piel. Jamás me imaginé que usted fuera a volver.

Usted llegó y puso la valija ahí, justo ahí, justo ahí, donde estaba la maceta.
Eso me impresionó más. Yo lo miraba. Pensé que tenía que salir a darle la mala noticia, pero no, por suerte, ya estaba la policía. Menos mal, porque verlo así, usted, la valija, la maceta... Al día siguiente me traje la maceta a casa. Ahora que vino, llévesela, y haga lo que mejor le parezca; rómpala, si quiere. Cuando le cuente lo que le voy a contar, me va a entender.

De alguna manera, siempre intuí que Natalia se iba a suicidar desde que usted se fue. No se ponga mal. No lo estoy juzgando. Creo que cada uno es dueño de su vida y que Natalia fue dueña de decidir su propia muerte. Usted no es responsable de que se haya matado. Ni usted, ni esa mujer. Esa mujer vive a unas cuadras de aquí y es una pobre ignorante. Si la ve, si la oye hablar, si entiende bien lo que es la ignorancia, ni siquiera le va a guardar rencor. Cada dos por tres se la llevan presa, pero ella está convencida, honestamente convencida, de que puede ayudar a la gente. No especula, no le da la cabeza para especular, no pide plata. Si alguien quiere, le deja unos pocos pesos. Pero vive en un rancho con piso de tierra.
Y Natalia empezó a verla todos los días. Cuando estaba triste, de allá, volvía bien. Vaya a saber qué cosas le diría esa mujer. Le daba velas, amuletos, una medallita, algo líquido para limpiar la casa. Casi siempre, velas. De todos colores. ¿Ve? Desde aquí, desde la cocina, se ve perfectamente cuando hay una luz en aquella ventana. Yo veía las velas todas las noches. Todas las noches.
A lo mejor, sin querer, fui un poco cómplice de tantos disparates. Me resultó menos triste dejarla navegar por ese mundo de fantasía, de velas celestes, de hechizos raros. Natalia estaba segura de que usted iba a volver. Yo, en cambio, no lo creí nunca. No era probable: sé que usted vivía con otra persona.
¿Sabe? Creo que no se suicidó antes por lo que le decía esa mujer. Cualquier otra cosa la desesperaba. La realidad la desesperaba.
El paso a nivel queda ahí nomás. Los bomberos pasan por esta esquina. Eso siempre me hacía pensar en el suicidio, siempre. Pero de alguna manera esa mujer la mantuvo viva. No sé para qué, teniendo en cuenta esta desgracia...

Por supuesto que jamás creí en esas cosas. Entiéndame : no creí en esas cosas hasta que lo vi a usted con la valija. Mire cómo se me pone la piel. Míreme. Usted está aquí, ahora, y no sé qué decirle.
¿Quiere que le confiese algo? Reconozco que yo no le hablaba con sensatez a Natalia. Ella me contaba lo que hacía y yo no se lo discutía; ella andaba siempre con esos rituales, con esas brujerías, y yo no le decía nada. Era lo único en lo que ponía verdadero entusiasmo. Y a mí me pareció, siempre, que decirle algo podía ser peor; que se podía cortar el hilo ¿Vio cómo es una ilusión? Una ilusión es un hilo que nos sostiene.

Un día me contó que tenía que hacer uno muy importante; me refiero a esos trabajos de magia. Y vino la mujer con un paquete enorme, y se quedó unas cuantas horas en la casa, y había un olor raro, como de incienso. Ya, después de esto, Natalia dejó de salir.
Yo iba. Iba todas las veces que podía. Algunas no me atendía o me contestaba desde adentro. Otras, me abría apenas la puerta y hablábamos dos o tres palabras. Siempre estaba desnuda, completamente desnuda. Me decía que se sentía bien y que no necesitaba nada.
No sé cuánto tiempo pasó. Perdí la cuenta. Una noche yo estaba aquí, tejiendo estaba, y vi mucho resplandor en la ventana, demasiado. Me asusté. Me puse un saquito encima del camisón y fui corriendo por el fondo. Cuando me abrió la puerta vi las velas. Le juro que me da vergüenza contarle esto: ¿Sabe qué eran las velas? Eran falos, inmensos falos moldeados en parafina rosada. ¿Me explico bien? ¿Usted sabe qué es un falo? Quizá yo sea un poco anticuada. Le aseguro que no tenían, para nada, relación con el tamaño de los humanos. Usted me entiende. Me da vergüenza decírselo: eran monstruosos ¿Ve esa linterna? Ni siquiera, más grandes; veinte, o treinta, por toda la casa, recién encendidos. A Natalia, esa noche, se la veía delgada, ojerosa, con el pelo revuelto y sucio. Digamos que tenía el aspecto terrible de una mujer ultrajada. Y, de alguna forma, era así, porque no le resultará difícil entender - me cuesta ser tan directa - lo que había estado haciendo todos esos días con todos esos falos. No hace falta que se lo explique: ella estaba desnuda, había sangre en las sábanas, sangre en el bidé, sangre en las canillas del lavatorio. Ella tenía sangre en las piernas.
La ayudé a ducharse, la vestí, le cambié las sábanas, le di una aspirina, le hice tomar una sopa. No sabía qué hacer. Me quedé con ella toda la noche, mientras esas velas asquerosas se consumían. Y a la mañana, cuando se levantó, la vi con la maceta. Por eso yo sé bien qué hay en esta maceta.
Juntó los restos de las velas y los mezcló con la tierra. Después, plantó un gajo de clavel. Me dijo que era un clavel rojo. A mí me gustan los claveles. Son delicados y hay que cuidarlos hasta que prendan ¿Vio? A mí, a veces, no me han prendido o se me han ido en vicio, depende de la tierra. Natalia me dijo que si no florecía usted no iba a volver nunca; pero que si florecía, ese día, ese mismo día, usted iba a volver. Le juro que yo prefería que no floreciera. Pensaba, y me imaginaba, el clavel floreciendo, y creciendo, y marchitándose, y la desesperación de Natalia.
Yo jamás creí que usted fuera a volver.

La hubiera visto, pobrecita, cuando descubrió el pimpollo. La hubiera visto saltando de alegría alrededor de la maceta. Un capullito insignificante, pero para ella era todo.

Ahora viene lo peor. Por eso le digo que no se sienta culpable. Usted no tiene que sentirse culpable. Hay cosas que no se entienden. Pero a mí me ha pasado:
Uno vive pendiente de las hormigas. Las he perseguido horas con la linterna, les he puesto todos los venenos que existen. Pero una noche, de golpe, aparecen y hacen un desastre. Es así, aunque le cueste creerlo. Eso pasó con el clavel: de la noche a la mañana se lo devoraron, no dejaron nada; la maceta quedó como la estamos viendo ahora. Y todavía andaban, las desgraciadas, corriendo por el caminito. El hormiguero ahí nomás, a unos pocos metros.
Le golpeé la puerta y me hizo pasar. Por eso sé que el pullóver gris está sobre la cama. Mire, a mí no me salía una palabra, pero ella sola se asomó a mirar. Estuvo mirando un rato la maceta. Después, empezó a caminar despacio, para el lado de las vías. Muy despacio. Yo pensaba, y pensaba. No sé qué pensaba yo en ese momento. Tantas cosas. Creo que pensé que era mejor así, de golpe, y no una agonía lenta. Creo que pensé que las hormigas habían hecho una tarea piadosa. Y cuando escuché a los bomberos no me sorprendí.
Fui, saqué la llave, y la tiré por la ventana del dormitorio. No se olvide de buscar esa llave.

Cuando lo vi llegar a usted con la valija fue el problema. Sinceramente, le pido disculpas por no haber salido. Pero míreme. Mire como se me eriza la piel.
Por eso le digo: ya no sé si creo o no creo en esas cosas. Ni quiero pensarlo. Seguramente, esto que le conté será un alivio para usted ¿Vio que no tiene por qué sentirse culpable?

Hágame el favor: llévese esta maceta. Y vuelva cuando quiera.


UNA MIRADA SOBRE “LA MACETA”

“¿Sabe dónde está la llave?”. Con esa pregunta, una primera persona testigo apelativa comienza a contarle, a un personaje relevante en su historia, un suceso acaecido a la protagonista, su vecina – Natalia – y ya se nos sugiere desde el primer párrafo que se ha suicidado. Este aparente final está en el principio, pero el verdadero tema es qué ha sucedido con una misteriosa maceta que se menciona en el sexto párrafo, pero que, a juzgar por el título, entendemos que es clave. Qué ha pasado en torno a esta maceta es, por tanto, el conflicto expreso y principal.
Cuatro personajes: la protagonista, Natalia, que es el núcleo de la acción; la narradora de la que se ignora el nombre, que es la mirada de toda la historia, su punto de vista (dice ser maestra de música jubilada); otra mujer de la que también se ignora el nombre, pero según la mirada vive a pocas cuadras, es ignorante, suele ir presa, está convencida de lo que hace, es pobre, entrega velas, amuletos, medallas, líquidos, ejecuta rituales, hechizos, y es causa y motor de la acción junto con el cuarto personaje, el objeto de deseo, el usted al que se dirige la narradora en su relato claramente oral. Hay personajes secundarios que sólo se nombran: la policía, los bomberos, “otra persona” que parece haber convivido con el usted.
Pero también viven otros personajes especiales: la maceta (con su posibilidad angélica de clavel y su pimpollo florecido), la valija (el deseo), y las hormigas (ejército diabólico), verdaderas antagonistas del relato.
Los escenarios son: la casa de Natalia con sus cinco espacios (el dormitorio con ventana, el espacio indefinido de la maceta donde se coloca la valija, el de la puerta que no se abre o se abre o se deja entreabierta, el del baño con sangre, y el espacio brutal donde están las velas calificadas de “monstruosas”. Estos espacios son inquietantes, ambiguos, malignos o directamente tienen que ver con el horror de las velas y la sangre) y el escenario de la casa de la mirada. Este último es un espacio de narración (donde se teje con el usted) o de visión (desde la cocina se ve la ventana de Natalia con resplandores de velas) y hay un fondo (espacio intermedio) por donde la mirada corre hacia el lugar de los hechos. De ese espacio todo está cerca: la casa de Natalia, el “allá” donde va Natalia con la presunta hechicera donde se produce “el hilo de la ilusión” y también el paso a nivel de la muerte. El usted sólo aparece localizado llegando a casa de Natalia, o en el escenario de la narradora mirada.
El tiempo fluye como el tiempo real, en el espacio de la narración oral. Pero contiene un tiempo pasado donde ha ocurrido el abandono sugerido, y un día especial donde las hormigas consuman el desastre, Natalia se suicida, la narradora la deja ir para pensar y tira la llave por la ventana del dormitorio. Después hay otros tiempos más lejanos, anteriores al día especial y después del abandono sugerido. Se trata del tiempo de las visitas a la pobre ignorante, de las conversaciones con la narradora, de los rituales, del crecimiento de la flor hasta el día especial. Todo ese tiempo casi mítico, en diversos flashbacks transcurre en el tiempo oral de la narración.
El lenguaje es el de la fluidez que requiere un testimonio oral, los límites de una conversación, las preguntas que no esperan respuesta porque son muletillas. Tiene el registro de una mujer de edad, común, con alguna cultura no muy vasta, una personalidad solidaria que tiende a perdonar para perdonarse sus ambivalencias de amor - desprecio - repugnancia - compasión hacia Natalia. Hay paralelismos (“Una persona que sale dispuesta a suicidarse, no piensa en cerrar una puerta. Una persona que ha perdido el juicio, no piensa en cerrar una puerta”), apelaciones a la sabiduría popular (“Dicen que Dios...”), sentencias impersonales (“uno vive pendiente de las hormigas”) que son más bien proyecciones personales, repeticiones para remarcar (“yo pensaba y pensaba. No sé qué pensaba”), imperativos (“llévese esta maceta...”), todas expresiones compatibles con el registro elegido y la personalidad de la mirada.
El tono es entre melancólico y afectuoso, por momentos también escandalizado frente a los rituales con las velas fálicas. La atmósfera conseguida es el horror, pero acentuado por la calma, la falta de énfasis y la credibilidad.

***
La maceta exhibe aquí toda la ambigüedad de lo que sirve para criar plantas, es decir vida, pero donde puede crecer la muerte o llamar al mal, simbolizado en las hormigas. Estas hormigas que, en casi todas las tradiciones, tiene que ver con la actividad industriosa y también con la energía que circula en las profundidades de la tierra, se oponen en este cuento, al amor, a la misma vida. La vida contra la vida, la energía contra la energía. La paradoja está en pleno estallido. Sin embargo, la vuelta de tuerca del cuento es la aparición de la valija (lo que viaja), el elemento deseado, justo después que se ha producido la muerte. Este es el giro de una profecía. Se produce del siguiente modo:

1)profecía: Si crece el clavel en la maceta después de los rituales simbólicos de la fertilidad, volverá la valija (amor = vida). Si no crece, la valija no volverá (indiferencia = muerte)

2) Crece el clavel (elemento angélico), por tanto debe volver la valija de su viaje (volver la vida).

3)Aparece un elemento inesperado: las hormigas (elemento diabólico) que devoran el clavel (elemento angélico). Entonces, desaparecido el clavel, no regresará la valija (muerte).

4)El giro: En el momento de la muerte reaparece la valija (vida), como una resurrección a destiempo. Por lo tanto la muerte es la vida y a la inversa.

El verdadero tema del cuento está entre los verbos ver y saber. La narradora los usa continuamente con el usted, como muletilla. “Saber” es, incluso, la primera palabra del cuento: “¿Sabe usted dónde está la llave?”.
La narradora testigo visual ve algunas cosas claramente: la luz de la ventana, las velas, la delgadez de Natalia, que por su lado, ve a la ignorante todos los días. Señala objetos al usted que son perceptibles a la vista: el pullóver gris, la linterna. Hasta es un ver metafórico: que la ilusión es un hilo que nos sostiene. Pero hay un ver insoportable: ver al usted desde la ventana con la valija. Entonces ese ver se vuelve no saber. Ver no es meramente percibir con los ojos sino reflexionar y la reflexión lleva a que no se sabe. Hay, sin embargo, un saber: dónde está la llave (aunque no la del conocimiento), qué hay en la maceta (aunque no demasiado), que el pullóver gris está en la cama (¿para qué sirve?), que el usted vivía con otra persona (¿para qué sirve?), más la sabiduría popular que puede resumirse para ella en el significado de la palabra “falo”, para qué son las velas, cómo crecen los claveles (¿para qué sirve?).
El no saber es grave. Ella no sabe bien cómo es Natalia (¿ingenua o frágil?), qué hacer cuándo ella sufre, si cree o no cree en lo esotérico (“esas cosas”), es decir, qué pasó, qué pensaba cuando pasó lo que pasó (y pensar no clarifica), hasta se sugiere si vale la pena creer en Dios (“¿usted cree en Dios?”). Su peor conocimiento es que el usted vino para saber, pero se llevó la oscuridad; que la realidad desesperaba a Natalia, pero ya no se entiende qué es la realidad. Y hay más, no sólo la gnosis sino la ética: no sabe si es culpable o no (“¿vio que no tiene por qué sentirse culpable”: proyección muy clara, y es como explicarle al usted, o explicarse a sí misma, que el ver en ese lugar es el no ver, la ceguera).
No hay armonía que pueda encontrarse por más que uno sea profesor de música, que se quede pensando o que teja habilidosas historias. El arte muestra el caos, no lo ordena, y si lo ordena después de mostrar el agujero es para mostrar un nuevo caos. Por algo caos quiere decir abertura.
La narradora testigo, la mirada, teje. Teje un pullóver gris. Es hábil (sabe), pero su saber es meramente de naturaleza técnica. Todo su testimonio es un tejido, un tejido de sombras, con los blancos oscurecidos del gris. La que no sabe, la ignorante tal vez sabe más. O no. La tejedora, por el contrario, teje como todas las tejedoras míticas: el enigma, ver que no se ve, saber que no se sabe por más que se vea. Que se lleve el usted la maceta, el misterio, que lo transporte en la valija a otra parte, la llave del conocimiento no está en ninguna parte, y ella ha terminado el tejido que se desteje, el hilo de la ilusión ficcional, la trama de un cuento.
LILIANA DÍAZ MINDURRY

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