Este blog que acaba de nacer tiene el propósito de dar a conocer los cuentos de autores de habla hispana analizados según la mirada de las autoras del libro ARMAR UN CUENTO.

viernes, 30 de abril de 2010

Cómo trasladar el resplandor al cuento, por Laura Massolo

ONETTI A LAS SEIS
de Liliana Díaz Mindurry

“Trataba de reorganizar rápidamente mi confianza en la imbecilidad del mundo.” JUAN CARLOS ONETTI

“Para M.C. Querida Tantriste: Comprendo, a pesar de ligaduras indecibles e innumerables que llegó el momento de agradecernos la intimidad de los últimos meses y decirnos adiós. Todas las ventajas serán tuyas. Creo que nunca nos entendimos de veras: acepto mi culpa, la responsabilidad y el fracaso. (...) En todo caso, perdón. Nunca miré de frente tu cara, nunca te mostré la mía..” JUAN CARLOS ONETTI


Era la primera vez que yo había ido al taller literario de Quesada y no para dedicarme a esbozar ambigüedades sobre cuentitos de aprendices de escribidor, ni para leer mis propios mamarrachos, ni siquiera porque el mismo Quesada, viejo amigo mío, me había dicho: “Aparecete de vez en cuando, me hace bien verte, te divertís un rato con las pavadas, lo ves a Giménez, después nos podemos ir a tomar una copa”, sino para mirar a María Calviño, Santa María Calviño como la llamaban, no sé quién era María Calviño pero Giménez siempre me recordaba: “Es justo para vos, tenés que verla”. Ésa, susurró, es María Calviño y apenas contuve el ataque de risa. No se trataba de un aspecto de loca de esas que andan por Corrientes vociferando, caminando con las piernas torcidas, rascándose los piojos. Ni esas locas típicas de talleres con caras de Caperucita Roja o Blancanieves en el geriátrico. Vestía con aire de monja, pero no era eso. Tendría algo más de treinta, no era demasiado fea, los ojos grandes como platos de un gris azul destinado a la opacidad, pero no era eso. Ni siquiera esos cuentos que leía con aire de Alfonsina arrojándose al mar, llenos de rosas, estrellas, ángeles, caramelos de miel, lejanías, atardeceres, pajaritos volando y cursilerías que no superaba ni Corín Tellado. (Quesada, pese a que no estaba gratis, le hacía mil discursos para que se fuera, medios no muy sutiles: ¿Por qué no se pone una boutique o una peluquería? Medios absurdos: María, haga un análisis de la obra de Onetti, describa todas las técnicas que utiliza y no me traiga más sus propios cuentos hasta hacerme un informe detallado en por lo menos quince hojas tamaño oficio). Ni siquiera esa vocecita declamatoria, ojos mojados, manos de Santa Teresa en éxtasis por Bernini (le faltaba cruzarlas en el pecho, ponerse una azucena cerca del nacimiento de los pezones, colocarse una rosa con un alfiler de gancho en la cintura, un moño en las partes postreras). Era algo más, un aire de metafísica para suplemento literario dominical, de cosa que no existe, de petalito seco en un libro de horas titulado Jaculatorias para alcanzar el cielo, de hojitas en manual de poemas completos de Amado Nervo. Era ella, porque era más que todo eso, más que una fórmula.

Después vinieron las preguntas a partir de Onetti, no entiendo por qué Onetti dice “el frenético aroma absurdo que destila el amor”, un aroma absurdo y frenético, no sé qué puede ser, el amor huele a rosa y a jazmín, a esperanza, y por qué eso de “trataba de reorganizar rápidamente mi confianza en la imbecilidad del mundo”, cómo imbecilidad del mundo, acaso el mundo es imbécil, no lo hizo Dios, no hay gente inteligente, genios, Mozart, Bécquer, Leonardo, Juana de Ibarbourou, Einstein, Julia Prilutzky — Farny, pero seguro que hay gente imbécil, dijo alguien y reímos con pocas ganar, casi hartos. Cómo se puede confiar en la imbecilidad, prosiguió María Calviño, poniendo los ojos más redondos que nunca, platos redondos del color de mi bandera, porque uno confía en la inteligencia ¿no es cierto? Siempre concluía: “Onetti es muy extraño” y repetía sola: “Confiar en la imbecilidad”, “reorganizar la confianza en la imbecilidad”.

Habrá sido una tarde en que Giménez y yo tomábamos un whisky en el bar de enfrente del taller de Quesada cuando apareció María Calviño, Santa María Calviño, envuelta en una nube dorada, vestida de rosa seguida por la brisa del paraíso terrenal. Empezó a preguntarnos por Onetti, “yo no sé cómo hay que leerlo, es tan extraño”.

—Mirá — le habló Giménez sin mirarla y tal vez con piedad.

En cambio yo, enarqué las cejas, la invité a sentarse a mi lado, puse mi mejor voz de caballero británico y mientras me expulsaba el polvo dorado que caía sobre mi pantalón, le mostré un vaso de whisky.

—Tenés que tomar mucho whisky para entenderlo. Onetti es un destello ¿entendés? Un resplandor.

Sacó un cuadernito forrado con vírgenes de Rafael y anotó: “Tomar whisky, Onetti es un destello, un resplandor”.

—Un resplandor, un destello, sí — dijo ella olvidando el whisky y emocionada por las palabrejas —. Una luz, quiere decir un brillo.

Sonreí con elegancia como se puede sonreír frente a Oxford o en el club de gentelmen. Y completé mi pensamiento:

—Pero sobre la mierda.

Los platos azules se quedaron inmóviles, estupefactos. Creyó oír mal. ¿Sobre qué?, preguntó. Lo repetí, gusté de la palabra, ese néctar. La imaginé a ella desnuda, en cuatro patas, hablándome de sus ruiseñores y de sus misales, mientras yo le contaba de Juntacadáveres o de la triste que calentaba en la boca un caño de revólver como lo haría con un sexo. Después fui más explícito dando cuenta de una precisa escatología brillante situada en el fondo de una escupidera, cuyo perfume era en terminología onettiana “el frenético aroma absurdo que destila el amor”.

—También olor a sexo usado —proseguí— a intestinos, a descomposición.

Le veía el pecho sacudirse de arriba hacia abajo, el vestido rosa a punto de recibir una metralla. Parecía retener con desesperación sus pájaros, sus ángeles, sus jazmines. Giménez se daba vuelta para no mostrar la risa creciendo en sus dientes desparejos.

_ ¿Te imaginás al pájaro patas arriba y con las tripas afuera, al ángel defecando, al jazmín podrido en un agua con olor a ciénaga? Bueno, todo eso lleno de resplandor, de pequeñas lucecitas enceguecedoras. Pero tenés que beber, María. Tomarte varios vasos y no de whisky sino de tinto barato con gusto a vinagre en un bar asqueroso. Entonces quizás entiendas algo.

Casi sin gestos, anotaba. Cuando pidió vino tinto nos miramos con deseos de agonizar, de morir allí mismo entre estertores y carcajadas. La hacíamos beber y beber casi sin pausas hasta que ya no podía escribir y le bailaban los ojos.

—No puede ser —decía y a lo mejor lloraba o a lo mejor llorábamos nosotros de risa—, habiendo tantas cosas lindas en el mundo, por ejemplo cuando una alondra canta su primer canto por la mañana, cuando una mujer le dice a un hombre que lo ama.

Y hasta nos daban ganas de aplaudir y así seguimos indefinidamente no sé por cuánto tiempo pero ella preguntó de repente dónde vivía Onetti, con una voz que ya no era la de ella, una voz de cansancio. Giménez me hizo un guiño y yo captando su pensamiento expliqué:

—Vive por aquí, a la vuelta, en una pensión de la calle Piedras— no sé por qué pensaba en Risso, el personaje de “El infierno tan temido”. Estoy solo y me estoy muriendo de frío en una pensión de la calle Piedras, aunque Risso hablaba de Santa María y yo de Malos Ayres.

Lo inventamos amigo nuestro, íntimo. En un chasquido se metía en nuestros portafolios, en el bolsillo de la camisa, en el hueco de la mano. María ya era un desecho. No escribía, no miraba. Había cierto peligro en esos ojos disueltos hasta el vacío, en esa posibilidad de negro paraíso. Bruscamente sentí algo viscoso en la garganta que puede haberse semejado a una especie de lástima. Sería porque estaba tan borracho como ella, sería porque estaba harto de reírme.

—¿Ves esta llave? — le pregunté.

Saqué una llave cualquiera, una llave de ninguna parte que no sé por qué razón tenía conmigo.

—No sé para qué sirve esta llave, cuál es la puerta que le han destinado, Ni sé para qué la llevo. Cuando tomo mucho me acuerdo de la llave. Y digo: puede ser que esta llave abra la puerta de alguien. Pero la gente es una basura, una basura más chiquita, mediana, más grande, gigantesca. Hay de todos los tamaños, Como no hay gente sólo me sirve para abrir puertas de libros. Así leo por ejemplo que hay una estrella azul o que tiembla el corazón de una montaña. Y veo que también los libros son basura. Entonces abro las puertas de Onetti que no te habla de estrellas azules ni de corazones que tiemblan. Te hace relumbrar la basura pero no deja de recordarte que es basura. Con esta llave que no sirve, entro en el mundo onettiano, en Santa María o lo que fuere y me doy cuenta de que para entenderlo del todo tendría que tragar la llave, sentir el gusto metálico en el paladar, el gusto de lo que no abre ninguna puerta ¿entendés? Claro que no entendés, ni vas a entender nunca. Seguí con tus pajaritos.

Giménez me oía entre divertido y espantado. La cabeza me daba vueltas, tenía ganas de inclinarme para el aplauso, agitaba la llave, pero María ya no estaba. El discurso fue seguramente mucho más largo. Se habría escapado en la mitad: tal vez no lo había escuchado nunca.

Abandonó el taller, me contó Giménez. No dejó de narrarme los agradecimientos de Quesada ni sus carcajadas cuando Giménez le relataba con muecas y exageraciones nuestro diálogo en el bar. Sin embargo un día la vi en el mismo bar y me dijo que no había vuelto al taller porque estaba preparando su “Informe sobre Onetti”. Leyó con voz monótona y hasta destemplada este fragmento de Matías el telegrafista: “Para mí, ya lo sabe, los hechos desnudos no significan nada. Lo que importa es lo que contienen o lo que cargan. Y después averiguar qué hay detrás de estos y detrás hasta el fondo que no conoceremos nunca”. Y luego preguntó:

—¿Qué quiere decir esto?

Me encogí de hombros.

—Porque es lo mismo decir que no me importa lo que me pasa con el Tipo, lo que él haga, sino saber qué hay en el fondo de todo esto. Yo creía antes que había que soñar para olvidarse de él. Pero ahora resulta que hay que revolver y revolver.

¿De qué me hablaba? ¿Qué Tipo era ése? Me leyó un informe incomprensible y caótico donde la mierda con destellos se mezclaba con el Tipo (lo ponía con mayúsculas), al vino, a la calle Piedras, a las fotografías pardas de “El infierno tan temido” o a la cara de tramposos de “Matías el telegrafista”, a los pájaros patas arriba, los ángeles con diarrea, la basura de gente, los jazmines podridos, el gusto metálico de las llaves de libros, ésas que no abren ninguna puerta. El resultado parecía una especie de poema surrealista entre interesante y espantoso, pero con ciertos matices de belleza.

—Dame ese informe — le dije estremecido y asqueado—. Se lo voy a llevar a Onetti. Él te va a ayudar, no lo dudes.

María Calviño se abanicaba, hasta me parecía que hablaba sola. El rosa del vestido seguía desprendiendo olor a pájaros muertos. Le conté a Giménez y pensamos que pediríamos ayuda a Ricardo Oliveri para que dijera llamarse Juan Carlos Onetti, para que le dictara incoherencias al informe. Llamé por teléfono a María. Me atendió un pedazo de voz, un hilo.

—Onetti quiere conocerte. Le he dado tu dirección. Irá el lunes a las seis a visitarte.

—¿Conocerme a mí? — comenzó María Calviño —¿Conocerme a mí?

Creí que el “conocerme a mí” seguiría hasta el infinito. Caminaba por calles y calles y seguía oyendo ¿”conocerme a mí?”. Con Giménez nos imaginábamos la cara de Quesada, de la gente del taller, cuando María Calviño dijera, sacudiendo su polvo dorado, con voz quebrada de poetisa en trance de suicidio, de Pizarnik llorando con unas pastillitas en la mano, que Onetti, el mismísimo Onetti había ido el lunes a las seis a visitarla. Recordaba a una María roja, con ojos cerrados como si hubiese tragado somníferos, atacada de paludismo y fiebre intermitente, que después de hablar por teléfono, recorría calles y calles, ¿conocerme a mí?
Llegamos hasta el punto de escribirle y entregarle nosotros mismos una misiva. La escribí yo, los otros miraban. Empezaba como la carta del comienzo de “Tan triste como ella”.

“Querida tan triste María:
Comprendo, a pesar de las ligaduras indecibles e innumerables, que llegó el momento de conocernos. Todas las ventajas serán tuyas. Creo que nos entenderemos. No conocernos sería mi culpa, la responsabilidad y el fracaso. No intento excusarme invocando nada. Acepto los futuros momentos dichosos. En todo caso, perdón. Aunque nunca mire de frente tu cara, aunque nunca te muestre la mía.
J.C.O.

La similitud de espejo al revés con el comienzo de “Tan triste como ella” hacía más ridícula la voz de María:

—Me escribió a mí. Juan Carlos Onetti me escribió a mí.

Llegó el lunes. Fui media hora antes a la casa de María Calviño para efectuar la presentación. Entré en un zaguán viejo y me recibió vestida de negro con estas raras palabras:

—Estoy de luto por mi anterior vida. Ahora pienso y vivo en el mundo de Onetti.

Tenía una sonrisa muy rara, se desplegaba como un abanico. Tenía unos ojos de leopardo que antes no tenía, dos leopardos muertos en platos vacíos. Entré por un comedor mugriento y en desorden.

—Lo preparé todo especialmente para este encuentro —murmuró y la voz era una especie de navaja, un cuchillo que cortaba rebanadas de aire. Después subí a una pieza con una ama de matrimonio. La pared estaba llena de estampitas, recortes de revistas con puestas de sol, almanaques con pájaros, noches estrelladas,, parejas besándose, cartones con acuarelas que representaban ángeles y corazones, fotografías de actrices lánguidas de los comienzos del cine, una biblioteca de novelas románticas, poesía para solteronas, libros de autoayuda, títulos como “Aprenda a ser feliz” o “Te amaré para siempre”, “Mía para la eternidad”, vitrinas con estatuas almibaradas y caracoles. Ante mi asombro empezó a romper todo, a hacer pedazos los libros, las fotografías, los dibujos, los almanaques, las cajitas musicales, las basuras de las vitrinas. Semejante hecatombe, la violencia de sus gestos, me empezaron a asustar y más cuando abrió un ropero y se dedicó a arrojar ropa sucia con perfume a naftalina y sudor. Algunas prendas salían por la ventana, otras se depositaban en cualquier parte.

—Gracias por todo esto, Juan Carlos Onetti —exclamó de golpe y me pareció que hablaba con el aire, a un posible Juan Carlos Onetti que estaría por llegar.

—Ya son las seis menos cinco —susurré, deseando que esta escena de locura terminase pronto, arrepentido de haberla fomentado, con ganas de putear a Giménez, a Quesada, con ganas de que Oliveri no viniese, de que alguna grieta en la pared me permitiera la huida— . Onetti debe estar por llegar.

—Onetti ya ha llegado —habló María Calviño clavándome esos leopardos que se desperezaban en los platos vacíos—. Es para vos que hago esto.

—¿Para mí? — logré balbucear.

—Yo sé que cierto Onetti, premio Cervantes, vive en España, y que vos me escribiste. ¿Qué me importa el otro? Vos sos Juan Carlos Onetti, vos me mostraste la llave para abrir esos libros. Yo ya no puedo encerrarme en esta pieza a soñar disparates. Mis pájaros tienen las tripas afuera, mis jazmines están podridos. Hace diez años que vivo con alguien, marido creo que se llama. Yo lo llamo “el Tipo”. Viene, habla con el loro, con el espejo, con cualquier cosa. Vomita en los rincones, escupe. Yo quería otro mundo, pero no hay caso. Vos tenés razón, Onetti. Hay mierda y lo único bueno es sacarle lustre a la mierda, verle los resplandores. Es bueno tomar la llave de los libros, abrirlos, pero después tragar la llave. Yo la tragué. Hace tiempo que necesitaba esto.

Oímos el timbre como si hubiéramos oído maullar un gato. Yo la miraba sin poder desprender mis ojos de esos platos grises vacíos, de ese brillo a escombros, a mesa de póker con fantasmas. El timbre seguía y seguía.

—Gracias por haberme escrito, Onetti. Por haberme llamado “tan triste María”. Gracias a vos tengo confianza en la imbecilidad del mundo. Quiero hacerte un regalo, mostrarte lo que soy capaz de hacer.

Hablar ya no tenía sentido. La locura era la pared, el techo, el piso, los muebles, ella, el timbre, yo mismo. La seguí. Lo que vi ya no será posible contarlo.

Porque después yo ya no estaba allí y quizá no estaba en ninguna parte. A grandes lengüetazos lamía los bordes de todos los objetos, de la misma locura, de cierta manera de ella tan feroz de clavarme los ojos, ella, María, Santa María, ella la tan triste, diciéndome, mirá Onetti, éste es el Tipo, lo hice para vos, para que veas que soy capaz, para que veas que como vos rompí el candado, me tragué la llave, tenía gusto metálico, al principio creí que era más difícil, pero era fácil, era cuestión de averiguar qué había detrás y así hasta el fondo que después de todo no conoceremos nunca, y había un tipo en el suelo sobre una enorme mancha roja, un tipo muerto, gracias Onetti, vos tenías razón, yo soy la tan triste, la de la enorme tristeza, la de la tristeza que no tiene límites, y el timbre seguía sonando y yo pensaba, son las seis de la tarde, yo soy Onetti, ella es la tantriste, he abierto la llave de los libros, la tengo aquí, es la llave de ninguna parte, los libros no sirven, son papel pegado o cosido, letras sobre papel pegado o cosido, pero ella sí ha tragado la llave y ahora estoy yo aquí solo con el gusto metálico en la lengua, sabiendo que la llave está en mi boca y que debo tragarla.

CÓMO TRASLADAR EL RESPLANDOR AL CUENTO

“Onetti a las seis” de Liliana Díaz Mindurry

La historia surge a partir de un hecho cultural (un taller literario en el que se analiza la obra de Juan Carlos Onetti) y la confluencia de dos mundos caracterizados por las psicologías antagónicas de los personajes: el narrador, primera persona protagonista, que se autodefine irónico, despectivo y crítico, (analogía del tono áspero de la literatura onettiana) y María Calviño, personaje antagonista u oponente, magníficamente enmarcada en un retrato que se afirma en la sugerencia:

“... Ni siquiera esa vocecita declamatoria, ojos mojados, manos de Santa Teresa en éxtasis por Bernini (le faltaba cruzarlas en el pecho, ponerse una azucena cerca del nacimiento de los pezones, colocarse una rosa con un alfiler de gancho en la cintura, un moño en las partes postreras). Era algo más, un aire de metafísica para suplemento literario dominical, de cosa que no existe, de petalito seco en un libro de horas titulado Jaculatorias para alcanzar el cielo, de hojitas en manual de poemas completos de Amado Nervo.”

Con el solo objeto de divertirse, el narrador trata de imponer a María Calviño otra realidad, proclamar la existencia de un mundo en el que es posible integrar la imperfección a lo cotidiano. Agravado por la candidez, la ingenuidad y la ridiculez de la mujer, el enfrentamiento llega a extremos inauditos.

.El abordaje a la lectura de Juan Carlos Onetti provoca en María Calviño una especie de “terror de lo ilegible” y su desconcierto pone de manifiesto la candidez de su mundo, o el mundo de mentira donde prefiere vivir sin sondear el fondo de las cosas.

“... no entiendo por qué Onetti dice “el frenético aroma absurdo que destila el amor”, un aroma absurdo y frenético, no sé qué puede ser, el amor huele a rosa y a jazmín, a esperanza,...”

Desde el punto de vista del narrador, este mundo significa la inconsistencia de lo artificial y una percepción errónea de la realidad, representada por un halo evanescente.

...cuando apareció María Calviño, Santa María Calviño, envuelta en una nube dorada, vestida de rosa seguida por la brisa del paraíso terrenal.”

El mundo onettiano, en cambio, sólido y brutal, se va elevando por sobre la evanescencia:

“... la invité a sentarse a mi lado, puse mi mejor voz de caballero británico y mientras me expulsaba el polvo dorado que caía sobre mi pantalón, le mostré un vaso de whisky.”

“—Tenés que tomar mucho whisky para entenderlo. Onetti es un destello ¿entendés? Un resplandor. (...) Y completé mi pensamiento:

—Pero sobre la mierda..”

Como factor detonante, la burla se desplaza a través de la historia en una progresión psicológica que deriva en el enajenamiento, en la violencia, en la muerte.

El último instrumento en la edificación de la burla es la mentira: la imposible visita de Onetti, a las seis, a la casa de María Calviño. A su vez, la mentira es puente que integrará los dos mundos.

En el desarrollo aparecen los símbolos diferenciadores de los mundos que se confrontan, símbolos que, a su vez, están curiosamente encadenados en una línea vertical que se tensa hasta el desenlace.

Como primer símbolo, el resplandor, caracterizado por imágenes, comparaciones y metáforas, se traslada constantemente por la estructura del cuento.

“...Después fui más explícito dando cuenta de una precisa escatología brillante situada en el fondo de una escupidera, cuyo perfume era en terminología onettiana “el frenético aroma absurdo que destila el amor”.”
“ - ¿Te imaginás al pájaro patas arriba y con las tripas afuera, al ángel defecando, al jazmín podrido en un agua con olor a ciénaga? Bueno, todo eso lleno de resplandor, de pequeñas lucecitas enceguecedoras.”
“..Te hace relumbrar la basura pero no deja de recordarte que es basura.”

El estallido final es el resplandor de la locura que toma, a su vez, el valor de la revelación:

“...Yo quería otro mundo, pero no hay caso. Vos tenés razón, Onetti. Hay mierda y lo único bueno es sacarle lustre a la mierda, verle los resplandores.”

Otro de los símbolos significativos es la llave:

“Saqué una llave cualquiera, una llave de ninguna parte que no sé por qué razón tenía conmigo.”
Esta llave, que se convierte en alegoría y a la vez en nexo entre los dos mundos, resume el carácter bivalente de la paradoja. En principio, es aludida espontáneamente para respaldar el discurso con el que se establece la farsa (es una llave que debe ser tragada, una llave que abre la puerta de los libros). Ya en el desenlace del cuento, participa en la inversión de roles entre protagonista y antagonista (finalmente, deberá ser tragada por el mismo narrador – protagonista) constituyendo un claro molde de burlador burlado.
Es la llave con que María Calviño abre la puerta de la verdad / enajenación, destruye la ensoñación para convertirla en violencia, transita, por el efecto de la llave, una transfiguración (anagnórisis); decide, de algún modo, cambiar la artificialidad de su mundo por la actitud de llegar al fondo de las cosas, como sugiere algún pasaje de la obra de Onetti, replantea una situación conflictiva con su pareja (el tipo) y se rebela contra sus propias engañosas estructuras. Por otro lado, el narrador, en su pasmo, racionaliza que deberá tragar la llave, convertida ahora en símbolo de otra apertura: la realidad que ha superado la fábula en la malversación de los hechos.

Llegar al fondo de las cosas es desentrañar, clarificar, ver la luz, nuevamente aludir al resplandor.

El narrador - protagonista asiste con asombro a la transformación después de provocar el choque entre el mundo simple y artificioso de la mujer contra el complejo e insondable mundo de la literatura onettiana.

“Hablar ya no tenía sentido. La locura era la pared, el techo, el piso, los muebles, ella, el timbre, yo mismo. La seguí. Lo que vi ya no será posible contarlo.”

Esta oposición, a su vez, deriva en una muerte – la del “tipo” - a la que el protagonista asiste como testigo y de la que, tal vez, deba asumirse como responsable o cómplice.

El símbolo de “el tipo”, aludido por María Calviño, surge bajo la forma de referente velado. Al convertirse en elemento objeto de la duda (o primer destello de comprensión), destruye la no verdad, equivalente al mundo de la cursilería, señala el valor del “fondo de las cosas”.

"—Porque es lo mismo decir que no me importa lo que me pasa con el Tipo, lo que él haga, sino saber qué hay en el fondo de todo esto. Yo creía antes que había que soñar para olvidarse de él. Pero ahora resulta que hay que revolver y revolver.

¿De qué me hablaba? ¿Qué Tipo era ése? "

La tensión provocada por la burla y las digresiones interpretativas de María Calviño convierten al símbolo “el Tipo” en resultado de la acción, o sea, revelación, resplandor.

El estallido epifánico del final confirma el uso de los mismos signos bivalentes con que Juan Carlos Onetti construye su narrativa.

Resplandor: evanescencia, espejismo, cursilería /certeza, iluminación, violencia

Llave: simulación, burla, desconocimiento / apertura, acceso, escarmiento

“el Tipo”: mundo ficticio, mentira, oscuridad /evidencia y esclarecimiento

Al mismo tiempo, el desenlace simboliza la transferencia errónea entre los dos mundos: el mundo onettiano, al penetrar en el mundo artificioso de María Calviño, es desbordamiento de la ficción, la severa inserción del horror en el mundo real.

Los tonos contrapuestos sostienen permanente la estructura del cuento, dando lugar a múltiples figuras paradojales:
“escatología brillante”, “jazmín podrido”, “negro paraíso” (oxímoron)
“agua con olor a ciénaga”, “esos ojos disueltos hasta el vacío”, “El rosa del vestido seguía desprendiendo olor a pájaros muertos.”, “ese brillo a escombros”, “la voz era una especie de navaja, un cuchillo que cortaba rebanadas de aire.” (sinestesia)
“esas locas típicas de talleres con caras de Caperucita Roja o Blancanieves en el geriátrico.”, “una especie de poema surrealista entre interesante y espantoso, pero con ciertos matices de belleza.”, “estremecido y asqueado” (antítesis)

La atmósfera decisiva del cuento es el horror, logrado a través de la mezcla continua de un irritante tono de burla con un tono cursi, ceñido a la personalidad de María Calviño. Sin embargo, el hilo que tensa la historia es el lenguaje impregnado de una potente ironía. Los diminutivos y las alusiones místicas, que por momentos rozan el tono humorístico, se endurecen abruptamente hacia el final. El mismo contenido semántico de los términos, vertido ahora en medio de una escena de violencia, provoca múltiples sensaciones corporales: todo es arrancado, todo vuela.
“... empezó a romper todo, a hacer pedazos los libros, las fotografías, los dibujos, los almanaques, las cajitas musicales, las basuras de las vitrinas. Semejante hecatombe, la violencia de sus gestos, me empezaron a asustar y más cuando abrió un ropero y se dedicó a arrojar ropa sucia con perfume a naftalina y sudor. Algunas prendas salían por la ventana, otras se depositaban en cualquier parte.”
En este primer final aparente hay una transmisión sinestésica desde todos los elementos visuales que se despliegan sin desechar la percepción de las imágenes olfativas y auditivas: un timbre de fondo eleva aun más la tensión.

Pero el verdadero final sobreviene a partir de otro giro inesperado: “el Tipo” que yace muerto sobre una mancha de sangre. Una doble sorpresa que completa rotundamente la historia, una María Calviño que se revela lúcida cuando dilucida la verdad detrás de la burla, una María Calviño que se revela violenta y resuelta cuando dilucida, a través de su propia interpretación, la verdad que se ocultaba detrás de su propia mentira. Una nueva bivalencia, un doble final, dos víctimas resultantes de un solo juego sarcástico.

LAURA MASSOLO

jueves, 29 de abril de 2010

Una mirada sobre "La maceta" por Liliana Díaz Mindurry

LA MACETA
de Laura Massolo

¿Sabe dónde está la llave? La tiré por la ventana del dormitorio. Ahí debe estar. Porque Natalia salió así, caminando, y dejó todo abierto. Una persona que sale dispuesta a suicidarse, no piensa en cerrar una puerta. Una persona que ha perdido el juicio, no piensa en cerrar una puerta.
Pero no estoy tratando de decirle que Natalia estaba loca. No es eso. Entiendo que la desesperación nos haga perder el juicio, y que hay distintos grados de desesperación. Hasta le diría que entiendo algunas exageraciones. Dicen que Dios reparte en cada uno de nosotros, exactamente, el peso y la medida de la cruz que podemos soportar: ni un gramo más, ni un centímetro menos. ¿Usted cree en Dios?
Hay personas más débiles; eso no significa que estén locas. Yo no me atrevería a decir que Natalia estaba loca. No sé. Para mí era dócil, simple, querible. Sobre todo muy querible. Y demasiado ingenua. Tal vez, frágil. O era ingenua porque era frágil, no sé. Pero verla expuesta a la desesperación, daba miedo; por insignificantes que a uno le resultaran los motivos que a ella la desesperaban.

Después de que usted se fue, empezamos a conversar bastante. ¿Vio el pullóver gris que está arriba de la cama? Ése, se lo tejí yo. Lo usaba mucho. Prácticamente, lo tejí todo mientras conversaba con ella. Porque uno puede dar un consejo, o consolar a alguien. Y yo soy jubilada, profesora de música jubilada. Hijos, no tengo. Así que le tomé cariño a Natalia, sinceramente. Y ella me contaba todo.

Usted no vino para que yo le haga preguntas, usted vino para saber. No me interesa por qué la dejó. Yo no lo juzgo. Le guardé la maceta por si alguna vez volvía a buscar las cosas de Natalia. Francamente, el día del accidente, lo vi desde la ventana; pero verlo me dio tanta impresión que no tuve coraje de salir. Perdóneme, no pude. Creo que me perdí entre lo que es la verdad y lo que es la mentira, o algo así. Le aseguro que verlo llegar con la valija, y justo ese mismo día, superó mis fuerzas. Míreme. Mire cómo se me eriza la piel. Jamás me imaginé que usted fuera a volver.

Usted llegó y puso la valija ahí, justo ahí, justo ahí, donde estaba la maceta.
Eso me impresionó más. Yo lo miraba. Pensé que tenía que salir a darle la mala noticia, pero no, por suerte, ya estaba la policía. Menos mal, porque verlo así, usted, la valija, la maceta... Al día siguiente me traje la maceta a casa. Ahora que vino, llévesela, y haga lo que mejor le parezca; rómpala, si quiere. Cuando le cuente lo que le voy a contar, me va a entender.

De alguna manera, siempre intuí que Natalia se iba a suicidar desde que usted se fue. No se ponga mal. No lo estoy juzgando. Creo que cada uno es dueño de su vida y que Natalia fue dueña de decidir su propia muerte. Usted no es responsable de que se haya matado. Ni usted, ni esa mujer. Esa mujer vive a unas cuadras de aquí y es una pobre ignorante. Si la ve, si la oye hablar, si entiende bien lo que es la ignorancia, ni siquiera le va a guardar rencor. Cada dos por tres se la llevan presa, pero ella está convencida, honestamente convencida, de que puede ayudar a la gente. No especula, no le da la cabeza para especular, no pide plata. Si alguien quiere, le deja unos pocos pesos. Pero vive en un rancho con piso de tierra.
Y Natalia empezó a verla todos los días. Cuando estaba triste, de allá, volvía bien. Vaya a saber qué cosas le diría esa mujer. Le daba velas, amuletos, una medallita, algo líquido para limpiar la casa. Casi siempre, velas. De todos colores. ¿Ve? Desde aquí, desde la cocina, se ve perfectamente cuando hay una luz en aquella ventana. Yo veía las velas todas las noches. Todas las noches.
A lo mejor, sin querer, fui un poco cómplice de tantos disparates. Me resultó menos triste dejarla navegar por ese mundo de fantasía, de velas celestes, de hechizos raros. Natalia estaba segura de que usted iba a volver. Yo, en cambio, no lo creí nunca. No era probable: sé que usted vivía con otra persona.
¿Sabe? Creo que no se suicidó antes por lo que le decía esa mujer. Cualquier otra cosa la desesperaba. La realidad la desesperaba.
El paso a nivel queda ahí nomás. Los bomberos pasan por esta esquina. Eso siempre me hacía pensar en el suicidio, siempre. Pero de alguna manera esa mujer la mantuvo viva. No sé para qué, teniendo en cuenta esta desgracia...

Por supuesto que jamás creí en esas cosas. Entiéndame : no creí en esas cosas hasta que lo vi a usted con la valija. Mire cómo se me pone la piel. Míreme. Usted está aquí, ahora, y no sé qué decirle.
¿Quiere que le confiese algo? Reconozco que yo no le hablaba con sensatez a Natalia. Ella me contaba lo que hacía y yo no se lo discutía; ella andaba siempre con esos rituales, con esas brujerías, y yo no le decía nada. Era lo único en lo que ponía verdadero entusiasmo. Y a mí me pareció, siempre, que decirle algo podía ser peor; que se podía cortar el hilo ¿Vio cómo es una ilusión? Una ilusión es un hilo que nos sostiene.

Un día me contó que tenía que hacer uno muy importante; me refiero a esos trabajos de magia. Y vino la mujer con un paquete enorme, y se quedó unas cuantas horas en la casa, y había un olor raro, como de incienso. Ya, después de esto, Natalia dejó de salir.
Yo iba. Iba todas las veces que podía. Algunas no me atendía o me contestaba desde adentro. Otras, me abría apenas la puerta y hablábamos dos o tres palabras. Siempre estaba desnuda, completamente desnuda. Me decía que se sentía bien y que no necesitaba nada.
No sé cuánto tiempo pasó. Perdí la cuenta. Una noche yo estaba aquí, tejiendo estaba, y vi mucho resplandor en la ventana, demasiado. Me asusté. Me puse un saquito encima del camisón y fui corriendo por el fondo. Cuando me abrió la puerta vi las velas. Le juro que me da vergüenza contarle esto: ¿Sabe qué eran las velas? Eran falos, inmensos falos moldeados en parafina rosada. ¿Me explico bien? ¿Usted sabe qué es un falo? Quizá yo sea un poco anticuada. Le aseguro que no tenían, para nada, relación con el tamaño de los humanos. Usted me entiende. Me da vergüenza decírselo: eran monstruosos ¿Ve esa linterna? Ni siquiera, más grandes; veinte, o treinta, por toda la casa, recién encendidos. A Natalia, esa noche, se la veía delgada, ojerosa, con el pelo revuelto y sucio. Digamos que tenía el aspecto terrible de una mujer ultrajada. Y, de alguna forma, era así, porque no le resultará difícil entender - me cuesta ser tan directa - lo que había estado haciendo todos esos días con todos esos falos. No hace falta que se lo explique: ella estaba desnuda, había sangre en las sábanas, sangre en el bidé, sangre en las canillas del lavatorio. Ella tenía sangre en las piernas.
La ayudé a ducharse, la vestí, le cambié las sábanas, le di una aspirina, le hice tomar una sopa. No sabía qué hacer. Me quedé con ella toda la noche, mientras esas velas asquerosas se consumían. Y a la mañana, cuando se levantó, la vi con la maceta. Por eso yo sé bien qué hay en esta maceta.
Juntó los restos de las velas y los mezcló con la tierra. Después, plantó un gajo de clavel. Me dijo que era un clavel rojo. A mí me gustan los claveles. Son delicados y hay que cuidarlos hasta que prendan ¿Vio? A mí, a veces, no me han prendido o se me han ido en vicio, depende de la tierra. Natalia me dijo que si no florecía usted no iba a volver nunca; pero que si florecía, ese día, ese mismo día, usted iba a volver. Le juro que yo prefería que no floreciera. Pensaba, y me imaginaba, el clavel floreciendo, y creciendo, y marchitándose, y la desesperación de Natalia.
Yo jamás creí que usted fuera a volver.

La hubiera visto, pobrecita, cuando descubrió el pimpollo. La hubiera visto saltando de alegría alrededor de la maceta. Un capullito insignificante, pero para ella era todo.

Ahora viene lo peor. Por eso le digo que no se sienta culpable. Usted no tiene que sentirse culpable. Hay cosas que no se entienden. Pero a mí me ha pasado:
Uno vive pendiente de las hormigas. Las he perseguido horas con la linterna, les he puesto todos los venenos que existen. Pero una noche, de golpe, aparecen y hacen un desastre. Es así, aunque le cueste creerlo. Eso pasó con el clavel: de la noche a la mañana se lo devoraron, no dejaron nada; la maceta quedó como la estamos viendo ahora. Y todavía andaban, las desgraciadas, corriendo por el caminito. El hormiguero ahí nomás, a unos pocos metros.
Le golpeé la puerta y me hizo pasar. Por eso sé que el pullóver gris está sobre la cama. Mire, a mí no me salía una palabra, pero ella sola se asomó a mirar. Estuvo mirando un rato la maceta. Después, empezó a caminar despacio, para el lado de las vías. Muy despacio. Yo pensaba, y pensaba. No sé qué pensaba yo en ese momento. Tantas cosas. Creo que pensé que era mejor así, de golpe, y no una agonía lenta. Creo que pensé que las hormigas habían hecho una tarea piadosa. Y cuando escuché a los bomberos no me sorprendí.
Fui, saqué la llave, y la tiré por la ventana del dormitorio. No se olvide de buscar esa llave.

Cuando lo vi llegar a usted con la valija fue el problema. Sinceramente, le pido disculpas por no haber salido. Pero míreme. Mire como se me eriza la piel.
Por eso le digo: ya no sé si creo o no creo en esas cosas. Ni quiero pensarlo. Seguramente, esto que le conté será un alivio para usted ¿Vio que no tiene por qué sentirse culpable?

Hágame el favor: llévese esta maceta. Y vuelva cuando quiera.


UNA MIRADA SOBRE “LA MACETA”

“¿Sabe dónde está la llave?”. Con esa pregunta, una primera persona testigo apelativa comienza a contarle, a un personaje relevante en su historia, un suceso acaecido a la protagonista, su vecina – Natalia – y ya se nos sugiere desde el primer párrafo que se ha suicidado. Este aparente final está en el principio, pero el verdadero tema es qué ha sucedido con una misteriosa maceta que se menciona en el sexto párrafo, pero que, a juzgar por el título, entendemos que es clave. Qué ha pasado en torno a esta maceta es, por tanto, el conflicto expreso y principal.
Cuatro personajes: la protagonista, Natalia, que es el núcleo de la acción; la narradora de la que se ignora el nombre, que es la mirada de toda la historia, su punto de vista (dice ser maestra de música jubilada); otra mujer de la que también se ignora el nombre, pero según la mirada vive a pocas cuadras, es ignorante, suele ir presa, está convencida de lo que hace, es pobre, entrega velas, amuletos, medallas, líquidos, ejecuta rituales, hechizos, y es causa y motor de la acción junto con el cuarto personaje, el objeto de deseo, el usted al que se dirige la narradora en su relato claramente oral. Hay personajes secundarios que sólo se nombran: la policía, los bomberos, “otra persona” que parece haber convivido con el usted.
Pero también viven otros personajes especiales: la maceta (con su posibilidad angélica de clavel y su pimpollo florecido), la valija (el deseo), y las hormigas (ejército diabólico), verdaderas antagonistas del relato.
Los escenarios son: la casa de Natalia con sus cinco espacios (el dormitorio con ventana, el espacio indefinido de la maceta donde se coloca la valija, el de la puerta que no se abre o se abre o se deja entreabierta, el del baño con sangre, y el espacio brutal donde están las velas calificadas de “monstruosas”. Estos espacios son inquietantes, ambiguos, malignos o directamente tienen que ver con el horror de las velas y la sangre) y el escenario de la casa de la mirada. Este último es un espacio de narración (donde se teje con el usted) o de visión (desde la cocina se ve la ventana de Natalia con resplandores de velas) y hay un fondo (espacio intermedio) por donde la mirada corre hacia el lugar de los hechos. De ese espacio todo está cerca: la casa de Natalia, el “allá” donde va Natalia con la presunta hechicera donde se produce “el hilo de la ilusión” y también el paso a nivel de la muerte. El usted sólo aparece localizado llegando a casa de Natalia, o en el escenario de la narradora mirada.
El tiempo fluye como el tiempo real, en el espacio de la narración oral. Pero contiene un tiempo pasado donde ha ocurrido el abandono sugerido, y un día especial donde las hormigas consuman el desastre, Natalia se suicida, la narradora la deja ir para pensar y tira la llave por la ventana del dormitorio. Después hay otros tiempos más lejanos, anteriores al día especial y después del abandono sugerido. Se trata del tiempo de las visitas a la pobre ignorante, de las conversaciones con la narradora, de los rituales, del crecimiento de la flor hasta el día especial. Todo ese tiempo casi mítico, en diversos flashbacks transcurre en el tiempo oral de la narración.
El lenguaje es el de la fluidez que requiere un testimonio oral, los límites de una conversación, las preguntas que no esperan respuesta porque son muletillas. Tiene el registro de una mujer de edad, común, con alguna cultura no muy vasta, una personalidad solidaria que tiende a perdonar para perdonarse sus ambivalencias de amor - desprecio - repugnancia - compasión hacia Natalia. Hay paralelismos (“Una persona que sale dispuesta a suicidarse, no piensa en cerrar una puerta. Una persona que ha perdido el juicio, no piensa en cerrar una puerta”), apelaciones a la sabiduría popular (“Dicen que Dios...”), sentencias impersonales (“uno vive pendiente de las hormigas”) que son más bien proyecciones personales, repeticiones para remarcar (“yo pensaba y pensaba. No sé qué pensaba”), imperativos (“llévese esta maceta...”), todas expresiones compatibles con el registro elegido y la personalidad de la mirada.
El tono es entre melancólico y afectuoso, por momentos también escandalizado frente a los rituales con las velas fálicas. La atmósfera conseguida es el horror, pero acentuado por la calma, la falta de énfasis y la credibilidad.

***
La maceta exhibe aquí toda la ambigüedad de lo que sirve para criar plantas, es decir vida, pero donde puede crecer la muerte o llamar al mal, simbolizado en las hormigas. Estas hormigas que, en casi todas las tradiciones, tiene que ver con la actividad industriosa y también con la energía que circula en las profundidades de la tierra, se oponen en este cuento, al amor, a la misma vida. La vida contra la vida, la energía contra la energía. La paradoja está en pleno estallido. Sin embargo, la vuelta de tuerca del cuento es la aparición de la valija (lo que viaja), el elemento deseado, justo después que se ha producido la muerte. Este es el giro de una profecía. Se produce del siguiente modo:

1)profecía: Si crece el clavel en la maceta después de los rituales simbólicos de la fertilidad, volverá la valija (amor = vida). Si no crece, la valija no volverá (indiferencia = muerte)

2) Crece el clavel (elemento angélico), por tanto debe volver la valija de su viaje (volver la vida).

3)Aparece un elemento inesperado: las hormigas (elemento diabólico) que devoran el clavel (elemento angélico). Entonces, desaparecido el clavel, no regresará la valija (muerte).

4)El giro: En el momento de la muerte reaparece la valija (vida), como una resurrección a destiempo. Por lo tanto la muerte es la vida y a la inversa.

El verdadero tema del cuento está entre los verbos ver y saber. La narradora los usa continuamente con el usted, como muletilla. “Saber” es, incluso, la primera palabra del cuento: “¿Sabe usted dónde está la llave?”.
La narradora testigo visual ve algunas cosas claramente: la luz de la ventana, las velas, la delgadez de Natalia, que por su lado, ve a la ignorante todos los días. Señala objetos al usted que son perceptibles a la vista: el pullóver gris, la linterna. Hasta es un ver metafórico: que la ilusión es un hilo que nos sostiene. Pero hay un ver insoportable: ver al usted desde la ventana con la valija. Entonces ese ver se vuelve no saber. Ver no es meramente percibir con los ojos sino reflexionar y la reflexión lleva a que no se sabe. Hay, sin embargo, un saber: dónde está la llave (aunque no la del conocimiento), qué hay en la maceta (aunque no demasiado), que el pullóver gris está en la cama (¿para qué sirve?), que el usted vivía con otra persona (¿para qué sirve?), más la sabiduría popular que puede resumirse para ella en el significado de la palabra “falo”, para qué son las velas, cómo crecen los claveles (¿para qué sirve?).
El no saber es grave. Ella no sabe bien cómo es Natalia (¿ingenua o frágil?), qué hacer cuándo ella sufre, si cree o no cree en lo esotérico (“esas cosas”), es decir, qué pasó, qué pensaba cuando pasó lo que pasó (y pensar no clarifica), hasta se sugiere si vale la pena creer en Dios (“¿usted cree en Dios?”). Su peor conocimiento es que el usted vino para saber, pero se llevó la oscuridad; que la realidad desesperaba a Natalia, pero ya no se entiende qué es la realidad. Y hay más, no sólo la gnosis sino la ética: no sabe si es culpable o no (“¿vio que no tiene por qué sentirse culpable”: proyección muy clara, y es como explicarle al usted, o explicarse a sí misma, que el ver en ese lugar es el no ver, la ceguera).
No hay armonía que pueda encontrarse por más que uno sea profesor de música, que se quede pensando o que teja habilidosas historias. El arte muestra el caos, no lo ordena, y si lo ordena después de mostrar el agujero es para mostrar un nuevo caos. Por algo caos quiere decir abertura.
La narradora testigo, la mirada, teje. Teje un pullóver gris. Es hábil (sabe), pero su saber es meramente de naturaleza técnica. Todo su testimonio es un tejido, un tejido de sombras, con los blancos oscurecidos del gris. La que no sabe, la ignorante tal vez sabe más. O no. La tejedora, por el contrario, teje como todas las tejedoras míticas: el enigma, ver que no se ve, saber que no se sabe por más que se vea. Que se lleve el usted la maceta, el misterio, que lo transporte en la valija a otra parte, la llave del conocimiento no está en ninguna parte, y ella ha terminado el tejido que se desteje, el hilo de la ilusión ficcional, la trama de un cuento.
LILIANA DÍAZ MINDURRY

sábado, 10 de abril de 2010

LEONARDO GARCÍA PAREJA

Leonardo García Pareja nació en San Juan, el 11 de mayo de 1966.
Profesor en Ingeniería egresado de la Universidad Católica de Cuyo.
Ingeniero Civil egresado de la Facultad de Ingeniería de la U.N.S.J.
Premios distinciones y ponencias
Mención de Honor Concurso Literario “Celebración – cien años de la creación del cine” otorgado por el Departamento de Lengua y Literatura Castellana de la U.N.S.J. 1996
Ponencista en el panel de escritores sanjuaninos en la 1° FERIA REGIONAL DEL LIBRO DEL NUEVO CUYO- 1997.
Ponencista en el panel de escritores sanjuaninos en la FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO - Buenos Aires- 1997
Primer Premio Concurso “Isabel Samaja de Basañez” Asociación A. Casa Natal de Sarmiento- 1998.
Primer Premio Concurso Asociación de Jubilados y Pensionados de la U.N.S.J.- 1999.
Seleccionado por la Región Nuevo Cuyo en el Concurso Premio Federal organizado por el C.F.I. – 2001
Primer Premio en el Concurso “San Juan por sus letras”, Dirección de Cultura de San Juan- 2001
Primer Premio Concurso Literario “Encantadores de la memoria”, Departamento de Lengua y Literatura Castellana de la Facultad de Filosofía Humanidades y Artes de la U.N.S.J.- 2003
Primer Premio Federal 2004 Concurso organizado por el Consejo Federal de Inversiones C.F.I.
Publicaciones
Libro de cuentos “La ira de los oficios” Editorial Papiro S.R.L.- San Juan- 1999.
Participante en la “Antología de Narradores y Poetas- San Juan”. Editorial Desde la Gente- 2001
Libro de cuentos “El amor en esas formas tempranas” Ediciones El Níspero. San Juan. – 2005
Libro de cuentos “Concurso premio federal 2004”. Consejo Federal de Inversiones. Bs. As. - 2006

La intensa brevedad de Leonardo García Pareja

Termina la lectura de “La pared del fondo” y el grupo, entero, hace un gesto de estremecimiento.
Alguien dice “es terrible” y, casi al mismo tiempo, a partir de un breve, brevísimo silencio, alguien más dice “es hermoso”.
Paradójicamente, el estremecimiento inicial irá dejando lugar a la certeza de lo placentero.

La pared del fondo

No le digo más que la verdad, señor. La máquina bajó sin que yo accionara el pedal. Hizo un ruido pegajoso, como una bestia enardecida por un golpe, y después bajó y siguió bajando con mis dedos en la ranura que todavía estaban acomodando el material.
Era bastante tarde porque Gómez ya se había ido y los demás todavía teníamos en las caras esa felicidad estúpida de los últimos cinco minutos que hace que nos parezcamos bastante y que pensemos que estamos ya un poco afuera aunque los ojos nos griten que estamos bien adentro. Entonces el dedo cayó al piso, de golpe, junto con el anillo. Una sirena comenzó a sonar y todos se miraron las manos inmediatamente. Fue un segundo, nada más. Yo también miré mis manos, las comparé y vi que a una le faltaba algo. Era una mano extraña, una mano triste de cuatro dedos. Me parece que en realidad nunca había mirado mis manos hasta ese momento.
Los demás comenzaron a reír, creo que de alegría. Y yo también comencé a reírme, sin poder entender por qué. Pero, ahora que lo pienso, debe haber sido algo parecido a las risas, pero no risas.
Aguilera siempre es el primero en llegar a los dedos. Esta vez lo tomó como si fuera una piedra o una tuerca y me miró como si yo también fuera una tuerca. Me sentí completamente en sus manos. Temí que comenzaran a jugar como con el dedo de Ramón, que anduvo volando entre nosotros hasta que nos cansamos de verlo girar en el aire.
Pero después pensé en Eusebio, que, gracias a su dedito grasoso, se había comprado una camioneta y un lote en Villa Martelli, y eso que no era un dedo importante. Con este dedo quizá me podría levantar la pared del fondo que da al sur con ladrillos para que no entre tanto frío y me quedaría hasta para comprar una moto azul.
Aguilera acomodó el dedo como si fuera un niño en una caja de cartón y los demás dejaron entonces de reírse o de lo que fuera; y nos fuimos con Aguilera caminando callados hasta el puesto sanitario que está en la lomita, con el dedo sonando en la caja como una piedra roja o como un niño encerrado.
En el puesto lo cosieron y dijeron que quedaría duro y un poco celeste, aunque yo lo veo cada vez más oscuro.
Por eso, señor, quisiera saber si lo mismo voy a tener aunque sea como para levantarme la pared del fondo.


Por Leonardo García Pareja. Publicado en “Milmamuts”, Revista trimestral de Cuento Latinoamericano, Nº 5, marzo de 2006.


El escritor que logra impresionar los sentidos o las sensaciones corporales imprime en el lector una huella que difícilmente será olvidable.
Agradable o desagradable, la reacción corporal aumentará la sensación emotiva y abrirá un canal hacia un subconsciente que, mediante la respuesta al estímulo, procesará las correspondientes asociaciones.

La narrativa empieza por donde empieza la percepción. Esto significa que el material que la compone no puede consistir en meras abstracciones, sino que, más bien, debe apuntar a lo concreto. Es la materia propiamente dicha lo que impresiona, lo que alude a lo cotidiano, a lo cognoscible, a lo tangible.
“La ficción –decía Flannery O’Connor – trata de lo humano, y estamos hechos de polvo. Si se desprecia el cubrirse de polvo, entonces no se debe intentar escribir ficción.”
Ni moraleja, ni juicios, ni piedad, ni heroísmo, ni sensibilidad, sino directa referencia a lo real; incluso, a la habitualidad de lo real. Y la realidad, insisto, es aprehensible mediante sensaciones. Nada más indicado, entonces, que una experiencia situada en escenarios verosímiles.
Mostrar en lugar de contar resulta la fórmula infalible para una narración eficaz: un autor que desaparece para dar vida a los personajes y abandonar al lector en medio del mundo real, procurando que olvide que se encuentra inmerso en una ficción.
Allí, en ese “mundo real de la ficción”, algo pequeño podrá tomar un significado colosal, transformarse en símbolo y sostén de toda una historia o, bien, convertir toda una historia en un símbolo.

García Pareja construye un narrador que, desde una primera persona apelativa, relata cómo ha perdido uno de sus dedos por el accionar de una máquina.
Ese dedo mutilado, pérdida inequívoca de su integridad física, promete una compensación y es, a la vez, objeto de la cosificación del hombre: “lo tomó como si fuera una piedra o una tuerca y me miró como si yo también fuera una tuerca.”, cosificación que amplía su sentido en cuanto al estado de sumisión y desvalimiento que sugiere la atmósfera del cuento.
Al mismo tiempo, otros mecanismos intensos de la narración se revelan a través del animismo: “como una bestia enardecida por un golpe”, dice el personaje refiriéndose a la máquina que le ha provocado el accidente. O, bien: “Aguilera acomodó el dedo como si fuera un niño en una caja de cartón”, y aquí la comparación sirve para mitigar la crudeza de lo irremediablemente inerte resguardándolo en una ilusoria posibilidad vital.
Un dedo puede ser un niño, analogía compuesta por la idea de protección contrapuesta a la orfandad causada por la mutilación. La imagen metafórica une lo extraño, lo desconocido, con lo conocido y habitual. La metáfora es una transferencia y una analogía, no una simple asociación por semejanza.
Luego, el autor, mediante una llamativa coyuntura entre cosificación y animismo (“con el dedo sonando en la caja como una piedra roja o como un niño encerrado”), logra metaforizar la desvalorización del individuo; en todo caso, en el contexto en que viven los personajes de la historia, una piedra o un niño merecen la misma consideración.

Paradojalidad en la trama en cuanto a pérdida que puede ser ganancia, y paradojalidad en los distintos tonos que logran que el estremecimiento que mencionábamos al principio se convierta en un indiscutible placer estético. Todo aquello que ocurre fuera del sentido común, todo aquello que desvirtúa la figura convencional del pensamiento, genera interés o conmoción.
Si sólo hiciéramos referencia a una estructura aparentemente lógica de la realidad, no sería posible el cuento, no aparecería el factor que altera, mediante la digresión, mediante la divagación, incluso mediante el disparate, la simple relación de un suceso. En realidad, el interés de la literatura se centra en la paradoja.
En “La pared del fondo” el discurso habitual aparece alterado: lo trágico se narra con un lenguaje totalmente natural y apacible.
García Pareja logra amalgamar, en este cuento, lo terrible y lo tierno, la fatalidad y la dulzura, la derrota y la esperanza, contrastes hábilmente elegidos que concluyen en un sobresaliente trabajo literario.

Laura Massolo


Leonardo García Pareja nació en San Juan, el 11 de mayo de 1966.
Profesor en Ingeniería egresado de la Universidad Católica de Cuyo.
Ingeniero Civil egresado de la Facultad de Ingeniería de la U.N.S.J.
Premios distinciones y ponencias
Mención de Honor Concurso Literario “Celebración – cien años de la creación del cine” otorgado por el Departamento de Lengua y Literatura Castellana de la U.N.S.J. 1996
Ponencista en el panel de escritores sanjuaninos en la 1° FERIA REGIONAL DEL LIBRO DEL NUEVO CUYO- 1997.
Ponencista en el panel de escritores sanjuaninos en la FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO - Buenos Aires- 1997
Primer Premio Concurso “Isabel Samaja de Basañez” Asociación A. Casa Natal de Sarmiento- 1998.
Primer Premio Concurso Asociación de Jubilados y Pensionados de la U.N.S.J.- 1999.
Seleccionado por la Región Nuevo Cuyo en el Concurso Premio Federal organizado por el C.F.I. – 2001
Primer Premio en el Concurso “San Juan por sus letras”, Dirección de Cultura de San Juan- 2001
Primer Premio Concurso Literario “Encantadores de la memoria”, Departamento de Lengua y Literatura Castellana de la Facultad de Filosofía Humanidades y Artes de la U.N.S.J.- 2003
Primer Premio Federal 2004 Concurso organizado por el Consejo Federal de Inversiones C.F.I.
Publicaciones
Libro de cuentos “La ira de los oficios” Editorial Papiro S.R.L.- San Juan- 1999.
Participante en la “Antología de Narradores y Poetas- San Juan”. Editorial Desde la Gente- 2001
Libro de cuentos “El amor en esas formas tempranas” Ediciones El Níspero. San Juan. – 2005
Libro de cuentos “Concurso premio federal 2004”. Consejo Federal de Inversiones. Bs. As. - 2006